Un niño vive en mí

Muchos caminos llevan a una mujer a optar por el aborto. Esos caminos se ven muy cerrados, oscuros. En un comienzo, no hay una luz, una palabra amiga, una esperanza… Pero esa decisión pesará toda la vida. Día tras día, ese momento regresa, aplastándonos como una cruel realidad.
¿Cómo volver atrás para hacerlo todo bien? ¿Cómo tener esa claridad, cuando se es prácticamente una niña, para no llevar, hasta el fin de los días, este peso inmenso del rostro nunca conocido, de la sonrisa transparente del niño que no vivió?

Hoy, que han transcurrido los años desde que no supe elegir la opción correcta, les pido a las mujeres que nos detengamos a reflexionar, que seamos capaces de esperar con el corazón unos instantes antes de optar por algo tan terrible y definitivo. Démonos la oportunidad. Aún estamos a tiempo para pensar en esas pequeñas vidas que son parte nuestra y que podrían llenar tantos momentos de añoranzas, de culpas, de rabia, a cambio de la alegría, la paz interior y la plenitud que todas nos merecemos.

Dios nos regala la vida. Nosotras no podemos decidir por Él. Somos tan imperfectas, pero aún hay tiempo para que ese niño realmente viva en tantas mujeres que ven tan sólo caminos oscuros y sin salida. Hay otras alternativas. La misma vida nos mostrará nuevos y luminosos caminos; tal vez con la pareja, o solas con el bebé o, por qué no, darlo en adopción para que otra familia pueda gozar la alegría de un hijo. Las alternativas existen, sólo que no las hemos logrado ver.

Un niño vive en mí. No conozco su rostro. Nunca lo vi reír, llorar, decir mamá, jugar… Ustedes aún pueden sentir, amar, gozar lo que yo no logré jamás… Por falta de valor. Por no haber sido capaz de decir que no, y por haber adelantado mi vida.
Tan tempranamente inicié mí vida sexual que perdí mí niñez. Pude disfrutar tanto, y no me lo permití. Mis amigas gozaban de la vida juvenil, y yo había vivido tanto, llevaba sobre mí la dolorosa experiencia del aborto que, como una sombra negra, me ha acompañado todos estos años. Qué sentimientos de rabia y dolor han formado parte de mi existencia al no haber sido capaz de defender, de proteger esa vida que tan poquito tiempo creció en mí.

Rabia por la cobardía, por no haber enfrentado con valentía mi embarazo, por haberle fallado a Dios y a mis creencias, a mis padres y a los valores inculcados en mi niñez. Rabia por mi falta de claridad y esperanzas, por no haber encontrado caminos, ni buscado a personas que me hubiesen orientado de otra forma. Creo que todo ha hecho de mí una mujer insegura, dependiente, poco valorada ante mis propios ojos. Si muchos intervinieron en el aborto, yo fui, sin duda, a mis diecisiete años, la principal culpable. Culpa que he arrastrado por tanto tiempo, tantas noches en que he vuelto a vivir la pesadilla de aquel día, el miedo al castigo y la falta de perdón que entonces no me permití.

Rabia por nunca haber conocido el rostro de ese inocente hijo mío.

 


Testimonio de vida nueva

 

Me piden que hable sobre el Proyecto Esperanza y cómo éste ha cambiado mi vida. Antes de conocerlo, vivía en una constante angustia, en una añoranza de ese hijo que no nació, y con una enorme culpabilidad.

Era tan niña cuando eso pasó. Apenas diecisiete años. Hoy han transcurrido treinta años y, después de haber hecho una revisión (que duró casi un año) de los momentos vividos, de los sentimientos experimentados, de los miedos, culpas, de las personas que estuvieron a mi lado, de los lugares e incluso los aromas… he encontrado el perdón tan anhelado, lo he sentido verdadero, y eso ha ido llenando de paz mi corazón.

Este perdón me ha permitido acercarme a Dios de una manera renovada, mirándolo nuevamente a los ojos y sintiéndolo como un padre amoroso y no como ese ser castigador que acompañó mis años de juventud.

Llegué al Santuario de Schoenstatt para quedarme. Fui atraída de una manera fuerte, casual y sutil, como sólo la Mater sabe hacerlo. Y aquí encontré esta luz de acompañamiento para mujeres como yo. Se llama Proyecto Esperanza. No pudo tener mejor nombre si se transforma en esa esperanza que tanto buscamos quienes hemos vivido la terrible experiencia del aborto. Aquí me encontré rodeada de una tranquilidad que me permitió ir abriendo el corazón, dejando al descubierto todo lo que mi alma buscaba desde hace tantos años.
Me reencontré, mejor dicho, conocí a mí hijo por primera vez. Pude imaginar su rostro, dedicarle mi tiempo, sin miedo, sin culpas, buscando su perdón de angelito. Pude acunarlo en mi mente, buscarle un nombre y un lugar en mi casa y en mi corazón.
Toda la etapa de acompañamiento y dedicación que Elizabeth tuvo conmigo, no tendría vida para pagarla. Ella me ayudó a descubrir que aún podía sentirme una buena persona y que, a pesar de lo terrible que había hecho, Dios tiene siempre una mano generosa tendida hacia mí, para perdonar, acoger y consolar, para amarme y mostrarme que mi hijo está en un lugar junto a Él, que ama tanto a los niños, esperando que yo llegue y pueda abrazarlo.

José Pablo se llama. Ese nombre le di. Ahora puedo nombrarlo en mis oraciones, en mis pensamientos y en mí corazón.
El haber pasado por el Proyecto Esperanza ha hecho definitivamente de mí una mejor persona, más feliz, más dispuesta también a aceptar, a perdonar, a confiar. A través de esta experiencia, he podido también encontrarme con Dios en la Comunión. Antes, no me sentía merecedora de tanto honor. Hoy, cada domingo me encuentro con Él, y esa relación íntima me enriquece, me fortalece, me hace tanto bien.
El Santuario ha sido el lugar físico que me acogió, me dio la calma, me tranquilizó. Recorrer sus jardines me permite reflexionar, conversar con Dios y la Mater, rezar, conectarme con este Padre bueno, con mi hijo, y sentirme parte también de una comunidad, de una familia que me mira con cariño, que me brinda una cálida sonrisa sin siquiera conocerme.

También esta experiencia me ha permitido acercar a mi familia al Santuario y ser parte de estos encuentros cada domingo.
Gracias, mil veces gracias, Dios mío, por haberme escogido a mí, pecadora como soy, para poder tener una maravillosa experiencia de vida nueva, una oportunidad para comenzar de nuevo a los cuarenta y seis años, completando una etapa de mi vida que estaba llena de dolor, culpabilidad y sin sentido, para transformarla en una existencia renovada y positiva, donde la presencia de mi primer hijo me ha colmado y me ha hecho ser una mejor madre para mis otros hijos, sus hermanos.

Hoy puedo decirle a otras mujeres que, como yo, se vieron envueltas en el doloroso camino del aborto, que siempre habrá un consuelo, un perdón del Padre que tanto nos ama, un alivio, un encuentro amoroso con el hijo y con la fe que estuvo perdida, si verdaderamente hay en nosotros arrepentimiento y si buscamos ese perdón con todo el corazón.