Me enamoré

Me enamoré. Nunca había experimentado una sensación así. Yo tenía sólo diecisiete años, no tenía muchos amigos y menos había pololeado. En esa época, me cambié de colegio y ahí se me abrió todo un mundo nuevo donde lo encontré a él. Tenía una gran personalidad, era, en realidad un personaje polémico.
El día en que me embaracé, realmente creía que si me entregaba a él debía ser por completo, y que si con ello llegaba un bebe, mejor aún, porque en realidad yo lo amaba demasiado.
Pero al saber que estaba esperando un hijo, no fui capaz de enfrentarlo. Todos los recuerdos de ser hija de una madre soltera y adolescente vinieron a mí. El recuerdo de ver a mi mama sufriendo y llorando por mi padre, por no haber recibido ni su apoyo ni su cariño, fue algo que me hizo pensar y creer que este bebe no debía nacer, por mí, por él, pero, más que nada, por mi mamá.
Mi mamá siempre me decía que ella quería algo diferente para mí, que yo no sufriera lo que ella pasó, que yo llegara más lejos que ella y que la gente no me señalara con el dedo, como lo hicieron con ella. Todas esas cosas me hicieron pensar que debía abortar. Bueno, en realidad todo se confirmó cuando le di la noticia a mi mamá y noté un dejo de tranquilidad al decirle que no se preocupara, que yo iba a abortar.
Fuimos juntas a la clínica. Ella me dejó allí con el que era mi pololo, y se fue. Después de la “operación”, sé que desperté llorando. Nunca pensé que haría algo así. Nos fuimos juntos a la casa de sus padres, y después me fueron a dejar. Nunca más lo volví a ver. Se alejó porque, según supe, no podía con el peso de su conciencia, y el verme, para él, sólo significaba dolor. Así que lo perdí… Me sentía más sola que nunca. Mi mamá no volvió a tocar el tema y yo tuve que empezar a rehacer mi vida como siempre, cuando en mi cuerpo aún no se pasaban los dolores del aborto, los cuales, para ser sincera, en ciertas ocasiones todavía los siento.
Yo siempre he pensado que mi hijo es hombre y que tiene nombre, un nombre que le puse apenas supe que estaba embarazada, así que saqué la cuenta de cuándo hubiera sido su nacimiento y traté de celebrar sus cumpleaños. Pero después encontré que esta práctica no me hacía muy bien, y que lo mejor era tratar de olvidar lo que pasó y pensar que nunca fui mamá.
Al final de ese año, Dios, quien yo pensé que me había olvidado y que me haría pagar por mis culpas, me mandó un regalo: ese verano conocí al que sería mi marido.
Empecé una nueva relación, pero ya no con la inocencia, ni con la gracia, ni la alegría que trae un nuevo amor. Trate de empezar a estudiar (debo decir que yo siempre fui una muy buena alumna), pero por esa época me costo dos años retomar mi carrera.
La vida siguió su camino. Si la miro por fuera, diría que nada me faltaba. Terminé de estudiar y posteriormente me casé. Mi marido tenía un buen trabajo, es decir, la plata no era problema y, más encima, él estaba muy enamorado de mí. Pero yo era muy infeliz. Siempre dudé de mi amor por él. No podía olvidar a mi primer pololo, y es más, soñaba continuamente con él, sentía que la vida me trataba injustamente, no estaba contenta conmigo misma y las cosas “malas” que, según yo, me pasaban, eran porque yo no era una persona suficientemente inteligente o, no sé, “linda”, etc. Era muy insegura de mí misma. Resultado: mi marido, que se esforzaba de sobre manera para verme feliz, se declaró con depresión y absolutamente sobrepasado. Él no podía hacerme feliz, sino muy por el contrario, y ya no quería estar conmigo, si no con alguien que se preocupara de él y donde él sintiera que sus esfuerzos eran válidos.
Durante esta crisis matrimonial, me enteré de que mis problemas de infelicidad tenían una causa y que era mi dolor por el hijo perdido, así que me recomendaron el Proyecto Esperanza, al que acudí sin muchas ganas. Pero, como yo no quería perder a mi familia, y además tenía una guagua recién nacida que quería que creciera junto a su padre, los llamé.
Nos juntamos en un lugar precioso, pero, para mi sorpresa, se trataba básicamente de un acompañamiento pastoral. “¿Cómo pastoral, si lo que yo hice está totalmente fuera de lo que dice la iglesia?” fue lo primero que pensé. Me explicaron que la iglesia ayuda siempre y, sobre todo, a los que nos sentimos tan mal, y que mi vida nunca iba a estar tranquila si yo no reconocía ni trataba mi dolor, ya que éste me estaba dañando por dentro.
Volví a respirar. Me ayudaron a reencontrarme con mi hijo. A pesar de que yo tenía un bebé, no me sentía muy mamá, es decir, en mí la maternidad no estaba o estaba guardada. Después de mi paso por el Proyecto Esperanza, me siento mamá, y no sólo de mi hija, sino de dos niños: una esta acá, pero el otro me acompaña en mi corazón y me ve desde el cielo, porque está en los brazos de Dios.
El proceso en el Proyecto Esperanza no es muy fácil y es lento. Hay que reencontrarse con uno misma, recordar esos momentos difíciles y tratar de comprenderlos, perdonarse uno misma y a los involucrados, sacar todo ese rencor que llevamos dentro, mirarlo, entenderlo y olvidarlo. Por eso es un respirar. Cuando se está llena de dolor y de rabia, se está como apretada por dentro, con el corazón estrujado, y este dolor y rabia salen por los lados equivocados, por lo general, uno se daña a sí misma de distintas maneras.
Entendí que mis sueños recordando a mi antiguo pololo, corresponden a un vínculo que uno creó de falsa manera por el hijo que está perdido, y su padre es lo más cercano a tu bebé.

Con mi historia, lo que les quiero decir es que son muchas las razones por las cuales uno toma la decisión de abortar, pero que nada la justifica y luego de haberlo hecho, no hay vuelta atrás. Es una de las experiencias más duras por las que puede pasar una mujer. Uno piensa que el aborto puede ser la solución a un supuesto problema, pero, en realidad, es sólo el inicio de una ráfaga de dolor, rabia y rencor. Las mujeres somos las más cuestionadas por esto: nos sentimos estigmatizadas, así como mujeres malas, ya que nadie debe ser capaz de matar a su propio hijo. Todas estas sensaciones, todo este dolor, primero hay que reconocerlo y aceptar que el aborto no solucionó tu vida, sino que, por el contrario, sientes más pena que antes. Pero puedes solucionarlo. Existe este Proyecto donde te van a escuchar y te reencontrarás contigo misma y con tu hijo. Te perdonarás e incluso podrás volver a amar. Muy, pero muy agradecida.