Soy una mujer que vivió un aborto hace diez años

Soy una mujer que vivió un aborto hace diez años. Las circunstancias y el tiempo hicieron que me “olvidara”. Muchas veces uno cree que ha olvidado. No es verdad. Los sentimientos de una madre siempre están ahí. Puede ser que estén dormidos. En los planes de Dios, que son perfectos, nada pasa por casualidad. Ésta es mi historia.
Mi esposo, mi hijo y yo decidimos hacer un viaje de vacaciones a la Sierra de nuestro lindo país. Planificamos todo. En ese tiempo éramos católicos tibios. Ésa es la verdad. Concebir un hijo no estaba en nuestros planes, pues tenía pensado terminar mi carrera y muchos otros proyectos. El problema era que no sabía que estaba con varicela, ya que esta enfermedad tiene un período de incubación. Cuando lo supe, se nos dañó el viaje. Me puse muy mal. Tomé medicinas muy fuertes y tuvimos que adelantar nuestro regreso. Una persona no puede tener todo planificado. Los planes de Dios son muy diferentes a lo que uno planifica.
A nuestro regreso, me sentía muy mal. Una semana después debía menstruar. Se retrasó, pensé, por los medicamentos que tuve que ingerir.
Pasó otra semana y nada… Me hice entonces el examen de embarazo. Estaba embarazada. Sin saberlo, había concebido a mi segundo bebé (Rafael). Fue una noticia tremenda.
En ese tiempo, no tenía un confesor, es decir, un guía espiritual que me aconsejara. Lo que hicimos fue consultar a nuestros médicos de confianza. Ellos me decían que no podía traer al mundo a esa criatura. A mi bebé le decían “producto”. Recuerdo tanto esa palabra.

Me llevaron a sus bibliotecas. Pude observar cómo podría nacer mi bebé. Me dio mucho miedo. Era muy posible que muriera al nacer. Mi vida corría peligro, me decían. Me pedían que lo pensara, me decían que tendría otros hijos, que nadie se iba a hacer cargo de esa criatura enferma, que no teníamos los medio económicos para afrontar lo que nos esperaba…
Estábamos tan abrumados, que decidimos no tener al bebé. Y aborté. No sabía que estaba cometiendo el peor error de mi vida.
¿Por qué no encontré a las personas adecuadas? Dios no me había dado una luz. Los médicos no me daban otra solución que el conocido “aborto terapéutico” que, en otras palabras, es un aborto disfrazado.
Al mes de aquel horror, mi padre se puso muy grave y recordé mi aborto. Lo relacioné y me puse muy mal. Pensé que era un castigo. Era mucha carga para mí. Mi mente y mi corazón estaban sufriendo mucho. Un mes después, caí en una terrible depresión. La vida no tenía sentido, creía que era una mala madre, comencé a encerrarme en mi problema y, poco a poco, me alejé del mundo. Lloraba, porque ya no podía volver atrás… Ya lo había hecho.
Casi pierdo mi matrimonio. Tuvimos una separación. No me sentía comprendida. Mi carácter cambió. Antes era una mujer muy alegre, me encantaba organizar las reuniones de mi familia. Mi vida cambió.
Meses después, recurrí al psiquiatra, porque no podía conciliar el sueño. Fue, como se dice, un paliativo y, como durante un tiempo logré dormir, creí que había olvidado. Cuando uno quiere olvidar un episodio, lo borra de la mente, pero no es posible. Sigue ahí, dormido en el subconsciente. Así me pasó.
Me alejé de la Iglesia, pero, finalmente, me acerqué al confesionario y fui absuelta. Sin embargo, había algo en mi corazón que todavía no superaba, y comenzó mi búsqueda de Dios. Encontré grupos de oración y, por varios años, formé parte de los grupos de Familia de un Movimiento Mariano, siempre con la esperanza de encontrar un camino que me llevara a Dios.
A partir del aborto, mi vida había cambiado. Trataba de olvidar, y comencé a llenarme de actividades. Quería evadir el tema. Me inscribí en cursos de Apologética. Tenía muchas ganas de conocer bien la Biblia y, sobre todo, llenarme de Dios. ¡Y siempre estuvo a mi lado! ¡Él nunca nos deja!
Mi esposo y yo íbamos creciendo en nuestra fe y en nuestro compromiso con Dios y la Virgen María. Conocí a personas muy importantes que marcaron mi vida. ¡Ahora lo entiendo! Dios manda a las personas indicadas en el momento que uno más las necesita.
Entre esas personas, conocimos a un pequeño grupo que había hecho una peregrinación y trajeron un Rosario muy especial, el Rosario de los No Nacidos. Fue una respuesta a mi búsqueda de tantos años. Cuando tuve en mis manos aquel Rosario, recordé mi aborto y sentí que era el momento de rezar por el alma de mi hijo, que no sabía dónde estaba, y por los niños no nacidos. Esto fue otra respuesta a mis preguntas que años antes no encontraba. Todo está en el plan de Dios. Aprendí a rezar el Rosario Meditado. (¡Qué lindo es cuando una persona lo reza con amor!)
Sin embargo, tuve que pasar por años muy duros para comprender que no me había perdonado a pesar de que me había confesado. Y no me confesé sólo una vez. Lo hice varias veces y con diferentes sacerdotes. Pero en mi corazón sentía que no me había perdonado.
Mi caso fue muy difícil, porque había concebido a mi bebé con una enfermedad muy riesgosa para una madre. Una de las peores enfermedades para una mujer en su período de gestación. El niño podría haber nacido con muchísimos problemas. Hubiera nacido sin un órgano, podría ser un niño paralítico, tener serios problemas en su corazón. Realmente, había sido muy traumática la situación y, en ese tiempo, no estaba preparada para enfrentarme con esa responsabilidad.

Lo que más me duele es no haber estado cerca de Dios y de la Virgen María. Ese dolor lo tuve que cargar por mucho tiempo en silencio.
Una buena amiga se embarazó y sentí que el suyo podía ser mi hijo. La vi con su barriguita. Ella, una mujer de más de cuarenta años, y era su octavo hijo, tan tranquila con su embarazo. En ese momento, recordé mi historia de diez años antes. Pensé en lo valiente que era esa mujer. Me acerqué a mi amiga y le sugerí un nombre para el bebé. Me dijo que ese nombre era muy bonito, y me preguntó si quería ser su madrina.
Su embarazo estaba bien. Hasta que se le complicó y el bebé nació dos meses antes de lo esperado. Me sentí tan mal. Me preguntaba por qué no podría nacer aquella criatura que, con tanto amor, sentía que podía ser mi hijo. Lo bautizaron en cuanto nació. No pude asistir al bautizo, porque estaba en la playa, y me acordaba constantemente lo que había vivido diez años antes… Pensaba que el bebé no iba a sobrevivir… Me culpaba por no haber podido estar con él en esos duros momentos…
Cuando regresé y me enteré de que ya estaba mejor, me llené de valor y fui a visitarlo. Ahora pienso que Dios permitió todo esto para que abriera los ojos. Tenía que enfrentarme a lo que había hecho diez años antes. Fueron días muy duros. Estaba evadiendo la realidad, y pensaba que si mi hijo hubiera vivido quizás habría sufrido mucho. Llamaba y me decían que el bebé está muy malito. Me decían que parecía que estaba crucificado con tantos tubos. Sentía tanto dolor en mi corazón.
Ese mismo mes, conocí a una persona muy especial que vino a mi país un congreso pro vida. Dios es tan grande y misericordioso, que la puso en mi camino. Desde el día que la conocí, me di cuenta que debía perdonarme. Y, gracias a su ternura y dedicación, conocí el Proyecto Esperanza y me entregué a Dios.
Comencé mi taller de Perdón y mi vida comenzó a tener otro sentido. Acepté que no me había perdonado. Me costó mucho al principio. Lo importante es que di mi primer paso. Lo más importante es reconocer el error, tratar de rectificarlo.

Todos estos años había estado en la búsqueda. No me sentía con la absolución que el Padre me daba en la Confesión. Sentía que debía encontrar algo para sentirme totalmente sanada: el perdón a mí misma.
Tenía muchos temores. No soportaba ver a una mujer embarazada. Y, cuando veía a un niñito con algún problema o discapacidad mental o física, me sentía muy mal, y los recuerdos regresaban a mi mente.
Al principio, tuve que escribir unas cartas. Fue difícil recordar. Había tratado de borrar de mi mente todos los momentos por los que pasé cuando decidí abortar. Pero en mi corazón y mi alma quedaban muchos recuerdos. Cuando llegué a la parte del taller “Dios me dio una Luz” (¿Dónde está mi bebé?), y leí algunos pasajes de la Biblia, supe que Jesús me había perdonado. ¡Era yo la que no me perdonaba!
Entonces, me entregué por completo a Jesús y María. Me di cuenta de que ellos estaban respondiendo a todas mis interrogantes. Debía perdonarme. Es lo más difícil para una madre.
Tuve que refugiarme en la oración. Recurrí mucho a los Sacramentos. Necesitaba mucha fortaleza para seguir adelante con este trabajo que me había propuesto.
Tuve una amiga muy linda que me acompañó en todos los momentos que tuve que recordar. Ella me supo acoger con mucho cariño. Cuando mi amiga me acogía, sentía que había una persona que me entendía y me acompañaba en mi dolor y, a la vez, me ayudaba a seguir adelante. Nunca me dejó sola. Ése era mi peor temor: la soledad de tantos años, no sentirme comprendida. Ella me guió en este caminar. Me enseñó a recordar mi pasado. Y, lo más importante, lo hice con la predisposición de encontrar a mi hijo, y de que naciera ahora en mi corazón.
Éste es el mayor regalo que Dios me ha dado: comprender que mi hijo es mi centro, es decir, ese motorcito que tanto necesitaba para seguir la vida de otra manera. En estos momentos, me siento más fuerte y con la convicción de que Rafaelito vive en mí. Y, sobre todo, me he perdonado, con un perdón de corazón. Dios es tan misericordioso que nos da siempre la oportunidad de cambiar el rumbo de nuestras vidas si nosotros se lo permitimos.
Yo, como una madre que ha sufrido mucho esta pérdida, aconsejo e invito a otras madres que tomaron la decisión de abortar a que sean valientes y entren a este taller.
La vida es otra a partir del perdón. ¡Gracias a la persona que tanto me ayudó! Ahora me siento más fuerte y con ganas de reparar todo esto, ayudando a otras personas que pasaron por este duro dolor.
Mi hijo vive en mi corazón, y me ayuda mucho en esta elección que he hecho: mi apostolado, que consiste en ayudar a las personas que lastimosamente han tenido que pasar por este momento tan doloroso como es el abortar.
Con este taller, he llegado a comprender muchas cosas que antes no había comprendido. Descubrí el inmenso amor que Dios me tiene, y sé que mi hijo está con Él. Ahora está en brazos de Dios, y viviendo en mi corazón. Ésta es mi fuerza para seguir adelante.

Una madre.