Soy una mujer que abortó en dos oportunidades

Soy una mujer que abortó en dos oportunidades, con más o menos un año de diferencia. Qué difícil decirlo así. La primera vez tenía yo veinte años y mi pareja, aun cuando estaba feliz con el embarazo, no fue capaz de seguir adelante y obedeció a sus padres. En mi caso, mi madre decidió por mí y fue más cómodo. Lo que sufrí antes de decirle a mi mamá que estaba embarazada fue horrendo. Me sentí muy sola y desprotegida. Pensé muchas cosas, como que me iban a echar de la casa, que me insultarían, que no podría soportarlo, que no podría seguir mis estudios y mi futuro sería pésimo, que no podría mantener a mi hijo, en fin. Por eso accedí a su decisión.
Mi madre contactó a un medico dueño de una maternidad, que la apoyó para que yo no mantuviera el embarazo, diciéndole que era muy joven y que no sabía lo que quería. Fue así como ella arregló todo, desde el día y la hora de mi hospitalización, los detalles de mi llegada a la maternidad, hasta la excusa que daríamos a mi papá por no estar yo en casa ese fin de semana. Yo no sabía lo que estaba haciendo ni lo que se me vendría por delante.
Todo fue muy rápido. Estuve en una pieza sola todo el fin de semana. Mis únicas visitas fueron mi madre y mi pololo. Al despertar, fui muy mal tratada por el anestesista que se dio cuenta de lo que pasó.
La segunda vez que aborté, fue más fácil y más rápido, pero no menos angustiante. Ya habíamos buscado a alguien para que hiciera el aborto, pero fue peor que la primera vez. Todo fue rápido y ambulatorio. Pedí que me anestesiaran, porque no quería sentir nada y tenía mucho miedo, aunque ambas personas eran médicos.

Desperté cuando todo había terminado. Mi pololo estaba afuera esperándome. Salí con dolor físico, pero no puedo negar que con el problema resuelto. Lo que no quiere decir que no me sintiera muy mal anímicamente. Ahora tenía que ocultarlo a todos.
Los años que siguieron fueron muy tristes. Me sentía sumida en un hoyo profundo y oscuro. Mi vida se transformo y, de la joven alegre y siempre feliz que era, pasé a tener una seriedad de la cual no me había dado cuenta. Me volví agresiva e intolerante. Me alejé por completo de la iglesia y de Dios. Trataba de ocultarme de Él. Sentía que no era merecedora de nada bueno, menos aún de su perdón.
Y así mi vida se convirtió en una tremenda soledad. Constantemente, sentía dolores de cabeza insoportables y había momentos del año en que recordaba lo hecho con más fuerza que antes.
Me casé, pero con los años mi matrimonio se perdió. Ya no quería intimidad con él. En fin, todo se desplomó sin darme cuenta o, mejor dicho, sin que me sintiera capaz de hacer nada por detenerlo. Hasta pensaba que me lo merecía.
Los años que siguieron fueron aún más tristes. Nunca imaginé lo que me tocaría vivir ni lo sombrío y doloroso que sería. El recuerdo de mis hijos muertos por mi mano y por falta de ayuda y comprensión, no dejaba de perseguirme. Tocar el tema era imposible, por lo que traté de meterlo en un cajón de mi conciencia, pero mi horrible crimen siempre reaparecía y no me era posible superarlo, aunque no tenía conciencia de que lo que me pasaba era por eso.
Todo ese tiempo, mantuve una pésima relación con mi madre. Le tenía rabia y no entendía por qué. Para mí era doloroso no estar con ella, pero tampoco soportaba su presencia. Esto me preocupaba muchísimo.
A mis treinta y nueve, Dios me extendió la mano. ¡A mí!, a esta tremenda pecadora. Y así llegué al Proyecto Esperanza, una organización que desconocía, pero que me ofrecía dejar de vivir con esa pena y dolores de cabeza, dejar atrás mi llanto a cambio de una vida distinta, de perdón y reconciliación. Fue así como realicé el proceso completo, con muchas lágrimas, pero que me significó la vida que hoy llevo.
Ahora soy una persona distinta, con ganas de vivir, de hacer grandes cosas. Entre ellas, me he dedicado a acompañar a personas que han pasado por un aborto y han vivido el mismo proceso que yo, dándoles la acogida y la comprensión que sólo alguien que ha pasado por este dolor logra tener.
Me capacité en este hermoso proyecto y ahora le agradezco a Dios haberme entregado la oportunidad de dar un sentido tan hermoso a mi existencia y, de esta misma manera, darles vida a mis dos queridos hijos.

Mamá.