Carta a mi mamá

 Mamá, en estos días he pensado mucho en mis sentimientos hacia ti y tu participación en el aborto. Me doy dolorosamente cuenta de algo que antes ni siquiera me permití pensar: tal vez si tú me hubieses apoyado o sugerido al menos la posibilidad de tener a ese niño, tal vez se hubieran despertado en mí sentimientos, esperanzas y caminos que no logré ver en esos momentos. ¿Por qué, mamá, no lo hiciste y permitiste que cargara con todas estas culpas y miedos todos estos años? Hoy voy viendo con más claridad lo que por tanto tiempo estuvo tan oscuro.
Ahora miro hacia atrás y recuerdo cuántas malas contestaciones tuve para ti, o esa rabia contenida por cosas insignificantes, o los comentarios hirientes que solías hacer respecto a cualquier tema y que a mí me producían tanta ofuscación. El no buscarte como el refugio cálido cuando la pena se apodera de mí; el no buscarte como la amiga y confidente, han sido probablemente una forma de demostrarte cuánto te necesité esa vez para darme el consejo correcto, el abrazo oportuno y esperanzador que te he negado también a ti. Es así como hemos ido cultivando una relación poco demostrativa en cuanto a los afectos, pocas caricias, besos tibios al saludarnos y, sobre todo, el sentirme contagiada con tu mala onda. Cuántas veces he reaccionado igual que tú. ¡Qué agotadora has sido, mamá!
Siempre quise ser distinta, cómplice con los niños, y me he visto haciendo lo mismo que tú, hasta en el querer tomar con mi hija la misma decisión que tomaste por mí hace más de veinte años, y haberla enfrentado a vivir lo mismo que yo he vivido, la dolorosa experiencia del aborto.

Pero no puedo dejar de quererte. Ya estás envejeciendo, y tu postura tantas veces altanera se va desvaneciendo. Eres frágil y necesitas hasta de mi mano para caminar más segura. Siento que prefieres estar en mi casa. Te ves cómoda y tranquila a mi lado. Mamá, yo te quiero y te perdono.
Con el correr de los meses en que he participado del Proyecto Esperanza, me voy volviendo menos rencorosa, más relajada y cercana a ti. Si antes sentía tu cercanía como una imposición, hoy me alegro de estar contigo. El tiempo pasa tan rápido, mamá, y debemos aprovecharlo. El bebé de mi hija nacerá y quiero que tú lo regalonees. Tal vez ese pequeñito traiga para ti el perdón por lo que hicimos años atrás, esa horrenda complicidad que vivimos hoy podemos revertirla con la alegría de tu bisnieto.
Mamá, qué tranquilidad siento de no experimentar rencor hacia ti. Me veo natural y tranquila, y te he sentido compartir mi dolor de madre por los sufrimientos de mi hija. Eso lo noto y lo valoro.
Mamá, te sigo necesitando en esta nueva etapa que comenzamos a vivir como familia. Ahora sólo le pido a Dios por ti, para que seas capaz de acercarte a Él, no con la mirada que sueles tener como enojada por cuanto nos pasa, sino aceptando confiada que estás en Sus manos, y que todo lo que nos ocurre es por algo.
El domingo pasado mi hija te preguntó por qué no comulgabas en la Misa, y dijiste que no te has confesado desde hace muchos años, y que todavía no es el momento. Yo creo que ya es el momento de pedir perdón y sentirte perdonada. Es tan gratificante para el alma estar en paz, vivir de una manera menos superficial. Mamá, estás a tiempo. Yo sería tan feliz si lo lograras. Te quiero mucho y no me atrevo a decírtelo de frente…